Jesus said to his disciples: “Gird your loins and light your lamps and be like servants who await their master’s return from a wedding, ready to open immediately when he comes and knocks. Blessed are those servants whom the master finds vigilant on his arrival. Amen, I say to you, he will gird himself, have them recline at table, and proceed to wait on them. And should he come in the second or third watch and find them prepared in this way, blessed are those servants.”
HOMILY
Blessed are those servants whom the master finds vigilant on his arrival.
By the time Luke wrote his gospel, sometime in the 80’s or 90’s of the 1st Century AD, he along with most Christians were no longer obsessed with the idea of the imminent return of Jesus in his glory. You could almost say that waiting for the Day of the Lord was no longer keeping them awake at night! Instead, as with the Our Father, Luke focuses on the daily presence of Jesus in our neighbor and in everyday events. In other words, we should always be ready to open the door of our heart whenever Jesus comes knocking. Whatever happens in our lives must be received as though Jesus were standing right here in front of us.
Today’s parable has the strange image of the master putting on an apron and serving his servants at the dinner table. This scene, of course, had no president in the culture of that time; it was an absolutely novel concept—the master serving his servants—and it reminds us of the scene in John’s gospel where Jesus wraps a towel around his waist and washes the feet of his disciples. The Lord, it seems, wants to serve us! The Word became flesh and dwelt among us and wants to be our servant! How bizarre is that concept? Normally, the role of master and servant are at opposite ends of the spectrum, but in Jesus they are combined. In the parable we discover that the master’s unusual service is in response to the faithfulness and vigilance of his servants. The Lord who serves us expects us to be faithful, vigilant, and ready to open the door as soon as he knocks. This should remind us of that passage in the Book of Revelation where Jesus tells us, “Behold, I stand at the door and knock. If anyone hears my voice and opens the door, I will come in and dine with him, and he with me” (Revelation 3:20).
My friends, the Lord Jesus is always knocking at the door of our heart. If we respond by opening up to him and his will for our lives, then the image in today’s gospel parable assures us that he will be our servant in ways that will completely astound us.
Blessed are those servants whom the master finds vigilant on his arrival.
ACT of SPIRITUAL COMMUNION
O my Jesus,
I believe that You are present in the Most Holy Sacrament. I love You above all things, and I desire to receive You into my soul. Since I cannot at this moment receive You sacramentally, come at least spiritually into my heart. I embrace You as if You were already there, and I unite myself wholly to You. Never permit me to be separated from You. Amen.
TIEMPO ORDINARIO
MARTES de la VEGÉSIMO NOVENO SEMANA ~ 2020
EVANGELIO
Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos”.
HOMILÍA
Bienaventurados los siervos a quienes el amo encuentra vigilantes a su llegada.
Para cuando Lucas escribió su evangelio, en algún momento de los años 80 o 90 del siglo I d.C., él y la mayoría de los cristianos ya no estaban obsesionados con la idea del inminente regreso de Jesús en su gloria. ¡Casi se podría decir que esperar el Día del Señor ya no los mantenía despiertos por la noche! En cambio, como con el Padre Nuestro, Lucas se centra en la presencia diaria de Jesús en nuestro prójimo y en los acontecimientos cotidianos. En otras palabras, siempre debemos estar listos para abrir la puerta de nuestro corazón cuando Jesús llame a la puerta. Cualquier cosa que suceda en nuestras vidas debe ser recibida como si Jesús estuviera parado justo aquí frente a nosotros.
La parábola de hoy tiene la extraña imagen del maestro poniéndose un delantal y sirviendo a sus sirvientes en la mesa. Esta escena, por supuesto, no tuvo presidente en la cultura de esa época; era un concepto absolutamente novedoso—el amo sirviendo a sus sirvientes—y nos recuerda la escena del evangelio de Juan en la que Jesús envuelve una toalla alrededor de su cintura y lava los pies de sus discípulos. ¡Parece que el Señor quiere servirnos! ¡El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y quiere ser nuestro siervo! ¿Qué tan extraño es ese concepto? Normalmente, el papel de amo y sirviente se encuentran en extremos opuestos del espectro, pero en Jesús se combinan. En la parábola descubrimos que el servicio inusual del maestro responde a la fidelidad y vigilancia de sus siervos. El Señor que nos sirve espera que seamos fieles, vigilantes y listos para abrir la puerta tan pronto como llame. Esto debería recordarnos ese pasaje del Libro de Apocalipsis donde Jesús nos dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
Amigos míos, el Señor Jesús siempre está llamando a la puerta de nuestro corazón. Si respondemos abriéndonos a él y a su voluntad para nuestras vidas, entonces la imagen de la parábola del evangelio de hoy nos asegura que él será nuestro sirviente de maneras que nos asombrarán por completo.
Bienaventurados los siervos a quienes el amo encuentra vigilantes a su llegada.
El ACTO de COMUNIÓN ESPIRITUAL
Oh Jesús mío,
Creo que estás presente en el Santísimo Sacramento. Te amo por encima de todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Como no puedo recibirte en este momento sacramentalmente, entra al menos espiritualmente en mi corazón. Te abrazo como si ya estuvieras allí, y me uno completamente a ti. Nunca permitas que me separe de ti. Amén.