GOSPEL John 6:35-40 Jesus said to the crowds, “I am the bread of life; whoever comes to me will never hunger, and whoever believes in me will never thirst. But I told you that although you have seen me, you do not believe. Everything that the Father gives me will come to me, and I will not reject anyone who comes to me, because I came down from heaven not to do my own will but the will of the one who sent me. And this is the will of the one who sent me, that I should not lose anything of what he gave me, but that I should raise it on the last day. For this is the will of my Father, that everyone who sees the Son and believes in him may have eternal life, and I shall raise him on the last day.”
HOMILY
Jesus proclaims to us: “Everyone who sees the Son and believes in him has eternal life, and I will raise him up on the last day.”
Today, just as we heard in yesterday’s gospel, Jesus promises us that if we come to him we will never hunger, and if we believe in him we will never thirst. This promise from the Lord truly gives us comfort and peace, especially as we try to navigate our lives through this hectic world. Yet at the same time, we must also acknowledge that Jesus called “blessed” all who “hunger and thirst for righteousness” (Matthew 5:6). So, in one sense, we are supposed to hunger and thirst, but in another sense, we are to believe that he has come to satisfy these desires. The best way to understand what Jesus is trying to teach us in today’s gospel is to realize that the hunger he satisfies is that of an existential hunger for meaning, for purpose, and for transcendence. We all want our lives to matter, to make an impact on others, to mean something important to others. We want to be loved, needed, protected, and desired, because none of us want to feel irrelevant. This is a divine longing that GΘD himself has placed into our souls, and which reflects the GΘD in whose images we have been created. And Jesus truly does satisfy all our desires and longings in his divine Person by his Incarnation and in the Bread of Life, the Most Holy Eucharist. He has willingly come down from heaven to be with us, because he loves us, because we matter to him, and because he truly desires us.
Jesus proclaims to us: “Everyone who sees the Son and believes in him has eternal life, and I will raise him up on the last day.”
PASCUA ~ B MIÉRCOLES de la TERCERA SEMANA
EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.
HOMILÍA
Jesús nos proclama: “Todo el que ve al Hijo y cree en él tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
Hoy, tal como escuchamos en el evangelio de ayer, Jesús nos promete que si vamos a él nunca tendremos hambre, y si creemos en él nunca tendremos sed. Esta promesa del Señor realmente nos da consuelo y paz, especialmente cuando tratamos de navegar nuestras vidas a través de este mundo agitado. Sin embargo, al mismo tiempo, también debemos reconocer que Jesús llamó “bienaventurados” a todos los que “tienen hambre y sed de justicia” (Mateo 5, 6). Entonces, en un sentido, se supone que tenemos hambre y sed, pero en otro sentido, debemos creer que él ha venido a satisfacer estos deseos. La mejor manera de entender lo que Jesús está tratando de enseñarnos en el evangelio de hoy es darse cuenta de que el hambre que satisface es la de un hambre existencial de significado, propósito y trascendencia. Todos queremos que nuestra vida importe, que tenga un impacto en los demás, que signifique algo importante para los demás. Queremos ser amados, necesitados, protegidos y deseados, porque ninguno de nosotros quiere sentirse irrelevante. Este es un anhelo divino que el mismo DIΘS ha puesto en nuestras almas, y que refleja al DIΘS en cuyas imágenes hemos sido creados. Y Jesús verdaderamente satisface todos nuestros deseos y anhelos en su Persona divina por su Encarnación y en el Pan de Vida, la Santísima Eucaristía. Ha bajado voluntariamente del cielo para estar con nosotros, porque nos ama, porque le importamos y porque realmente nos desea.
Jesús nos proclama: “Todo el que ve al Hijo y cree en él tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.