Jesus said to his Apostles: “Do not think that I have come to bring peace upon the earth. I have come to bring not peace but the sword. For I have come to set a man against his father, a daughter against her mother, and a daughter-in-law against her mother-in-law; and one’s enemies will be those of his household.
“Whoever loves father or mother more than me is not worthy of me, and whoever loves son or daughter more than me is not worthy of me; and whoever does not take up his cross and follow after me is not worthy of me. Whoever finds his life will lose it, and whoever loses his life for my sake will find it.
“Whoever receives you receives me, and whoever receives me receives the one who sent me. Whoever receives a prophet because he is a prophet will receive a prophet’s reward, and whoever receives a righteous man because he is righteous will receive a righteous man’s reward. And whoever gives only a cup of cold water to one of these little ones to drink because he is a disciple—amen, I say to you, he will surely not lose his reward.”
When Jesus finished giving these commands to his Twelve disciples, he went away from that place to teach and to preach in their towns.
HOMILY
What the Lord gives us is not “peace at any price”, but a special kind of peace that comes from abiding with him all the days of our lives.
Today’s gospel brings us to the end of one of the Lord’s major sermons, the so called missionary discourse. Jesus gave this sermon to his Apostles, who were des-tine to continue his work after his Ascension. Here we are reminded that following the will of GΘD can—and will—be difficult, and even disruptive. To drive this point home, Jesus paradoxically states, “I have not come to bring peace, but a sword.” He is referring, of course, to the suffering and conflict that will arise throughout our lives. To illustrate this point, just recall the words of Simeon at the presentation of Jesus in the Temple, who told Mary: “This child is destined to be the downfall and the rise of many in Israel, and a sign that will be opposed” (Luke 2:34). It’s a sad reality that disagreements about religion can stir up a lot of trouble within families. Yet, what the Lord gives us is not “peace at any price”, but a special kind of peace that comes from abiding with him all the days of our lives. If there is discord within our family, then let it be for the sake of personal conscience, and not from any domi-nating or judgmental spirit. Remember, we are called to be sincere, not authoritarian. Basically, Jesus wants us to be people who welcome everyone, and to be thankful for what others have to offer. Even such a simple gift as a cup of cold water will be carefully noted by GΘD in the Book of Life.
What the Lord gives us is not “peace at any price”, but a special kind of peace that comes from abiding with him all the days of our lives.
TIEMPO ORDINARIO ~ CICLO B-1
LUNES de la DÉCIMA QUINTA SAMANA
EVANGELIO
Mateo 10, 34—11, 1
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos de cada uno serán los de su propia familia.
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
“Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
Cuando acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, Jesús partió de ahí para enseñar y predicar en otras ciudades.
HOMILÍA
Lo que el Señor nos da no es “paz a cualquier precio”, sino una clase de paz especial que proviene de permanecer con él todos los días de nuestra vida.
El evangelio de hoy nos lleva al final de uno de los principales sermones del Señor, el llamado discurso misionero, que Jesús proclamó a quienes estaban destinados a continuar su obra después de su Ascensión. En este sermón se nos recuerda que seguir la voluntad de DIΘS puede ser y será difícil, e incluso perturbador. Para llevar este punto a casa, Jesús paradójicamente declara: "No he venido a traer paz, sino espada". Por supuesto, se está refiriendo al sufrimiento y al conflicto que surgirán a lo largo de nuestras vidas. Para ilustrar este punto, basta recordar las palabras de Simeón en la presentación de Jesús en el templo, quien le dijo a María: “Este niño está destinado a ser la ruina y el levantamiento de muchos en Israel, y una señal que se opondrá” ( Lucas 2, 34). Numerosos desacuerdos acalorados sobre religión no pueden provocar más que problemas en las familias. Sin embargo, lo que el Señor nos da no es “paz a cualquier precio”, sino una clase de paz especial que proviene de permanecer con él todos los días de nuestra vida. Si hay discordia dentro de nuestra familia, que sea por el bien de la conciencia personal, y no por un espíritu dominante o crítico. Estamos llamados a ser sinceros, no autoritarios. Básicamente, Jesús quiere que seamos personas que dan la bienvenida a todos y que seamos agradecidos por lo que los demás tienen para ofrecer. Incluso un obsequio tan simple como una taza de agua fría será anotado cuidadosamente por DIΘS en el Libro de la Vida.
Lo que el Señor nos da no es “paz a cualquier precio”, sino una clase de paz especial que proviene de permanecer con él todos los días de nuestra vida.