Lifting up his eyes to heaven, Jesus prayed saying: “I pray not only for these, but also for those who will believe in me through their word, so that they may all be one, as you, Father, are in me and I in you, that they also may be in us, that the world may believe that you sent me. And I have given them the glory you gave me, so that they may be one, as we are one, I in them and you in me, that they may be brought to perfection as one, that the world may know that you sent me, and that you loved them even as you loved me. Father, they are your gift to me. I wish that where I am they also may be with me, that they may see my glory that you gave me, because you loved me before the foundation of the world. Righteous Father, the world also does not know you, but I know you, and they know that you sent me. I made known to them your name and I will make it known, that the love with which you loved me may be in them and I in them.”
HOMILY
We truly are a gift from the Father to his dearly beloved Son.
In today’s gospel we hear Jesus praying not only for the disciples, but for each one of us before we even existed. We were created out of love, and we are loved beyond our understanding. But do we really believe this? When we compare our lives to the lives of the saints, it’s easy for us to become overwhelmed by our deficiencies in holiness. And yet, it is our deficiencies that attract the Lord’s mercy. Saint Thérèse of the Child Jesus reminds us that the weaker we are, the more we are fit for the workings of GΘD’s transforming and all-consuming love. In the spirituality of Saint Thérèse, our littleness is what causes the Father to sweep us up into his arms. Do we really believe that we are a gift to Jesus? The only way our finite hearts and minds can grasp the love of GΘD is to see it reflected in the prayer of Jesus to his Father. He prays out loud, not for himself, but for us, so that we can see just how much we are treasured. When we focus just on ourselves, we can become miserable very quickly. But Jesus intends for us to share in the Trinitarian communion of love so that “the love with which you loved me may be in them and I in them.” When we are caught up in the Father’s arms, we forget about ourselves and then cast ourselves completely upon his infinite mercy. Then the merits of Jesus become our own. Saint Thérèse sums this up so beautifully when she writes: “In the evening of this life I shall appear before you with empty hands, for I do not ask you to count my works...I want therefore to cloth myself in your own justice and receive from your love the eternal possession of yourself.” If we can just get out of the way and let Jesus act in us and through us, he can bring us to the Father as his dear children.
We truly are a gift from the Father to his dearly beloved Son.
PASCUA ~ B
JUEVES de la SÉPTIMA SEMANA
EVANGELIO
Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí. Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”.
HOMILÍA
Verdaderamente somos un regalo del Padre a su amado Hijo.
En el evangelio de hoy escuchamos a Jesús orando no solo por los discípulos, sino por cada uno de nosotros antes de que existiéramos. Fuimos creados por amor y somos amados más allá de nuestra comprensión. ¿Pero realmente creemos esto? Cuando comparamos nuestras vidas con las vidas de los santos, es fácil para nosotros sentirnos abrumados por nuestras deficiencias en santidad. Y, sin embargo, son nuestras deficiencias las que atraen la misericordia del Señor. Santa Teresa del Niño Jesús nos recuerda que cuanto más débiles somos, más aptos estamos para las obras del amor transformador y devorador de DIΘS. En la espiritualidad de Santa Teresa, nuestra pequeñez es lo que hace que el Padre nos levante en sus brazos. ¿Creemos realmente que somos un regalo para Jesús? La única forma en que nuestros corazones y mentes finitos pueden captar el amor de DIΘS es verlo reflejado en la oración de Jesús a su Padre. Ora en voz alta, no por él mismo, sino por nosotros, para que podamos ver cuánto somos atesorados. Cuando nos enfocamos solo en nosotros mismos, podemos volvernos miserables muy rápidamente. Pero Jesús quiere que compartamos la comunión trinitaria de amor para que “el amor con el que me amaste esté en ellos y yo en ellos”. Cuando estamos atrapados en los brazos del Padre, nos olvidamos de nosotros mismos y luego nos arrojamos por completo a su infinita misericordia. Entonces los méritos de Jesús se vuelven nuestros. Santa Teresa lo resume tan bellamente cuando escribe: “En la tarde de esta vida me presentaré ante ti con las manos vacías, porque no te pido que cuentes mis obras ... Quiero, por tanto, revestirme de tu propia justicia y recibe de tu amor la posesión eterna de ti mismo”. Si podemos apartarnos del camino y dejar que Jesús actúe en nosotros y a través de nosotros, él puede llevarnos al Padre como a sus amados hijos.
Verdaderamente somos un regalo del Padre a su amado Hijo.